Ernesto Muro Díaz / España
Leyenda del padre me parece una auténtica novela gastronómica. He babeado como un perro pavlovino con las fuentes de cebiche, los pichones al horno, los pollos magistralmente trinchados por chinos, las tórtolas guisadas con tallarines, el picante de cuyes, el cabrito a la norteña, la sopa de pescado, los apetitosos chanchos rosados, ora asados ora transformados en chicharrón, en chuletas, en carne de adobo, en longaniza, en chorizo, en jamón etc. Aquí, en España, decimos que del cerdo nos gustan hasta los andares, supongo que vosotros también utilizáis esta expresión o alguna parecida. En fin, que se siente el sabor y uno se deleita leyendo lo que escribes. Y esa imagen sublime que se hace de la improvisada cocina de tu abuela: “taller de alquimia culinaria”. También me hacen disfrutar frases como estas, que como la ya citada de la cocina me parecen ingeniosos juegos conceptuales, a veces humorísticos (“emborracharse con rigor”), otras veces épicos, como la imagen de Chimango Mazo como un “Ulises pordiosero que pasa desapercibido en su propia Itaca”, y que el narrador reconoce emocionado en el autobús.
¡Y Afrodita! Afrodita cuya descripción me ha recordado tanto a la superlativa empleada de correos de mi pueblo. O esas pinceladas de erotismo que te descubren como poeta: “la primavera del instinto” o “un pie comestible con uñas pintadas” (el pie de Yolanda); para un fetichista confeso como yo, leer esto provoca una gran felicidad, amén de un placer místico, en el sentido más tergiversadamente perverso de la palabra.
Ernesto Muro Díaz es profesor de filología y crítico literario.
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